Poco a poco comienza a pasar la euforia del extraordinario rescate de Ingrid Betancur y sus compañeros de secuestro. Y queda la tristeza por la suerte de ellos y todos los que han pasado por esa terrible tortura.
Vamos a ver si esta patriótica nación se porta bien con los rescatados. Y no me refiero a los folclóricos carros de bomberos para la recepción de los militares y policías. No niego que eso sea importante, pero lo que trascenderá es el tratamiento que les dispensen por varios años la sociedad y el Estado. Que los contralores y procuradores del futuro entiendan y que no premien la pusilanimidad de los funcionarios que intenten dejar de ayudar a nuestros rescatados.
Ya comienzo a advertir ciertos signos inquietantes con Ingrid Betancur. He recibido correos en que la atacan porque ha dicho que no vendrá a Colombia a la marcha del 20 de julio. Yo tampoco vendría. Ella necesita sosiego, descanso, medicina, silencio y mucha, mucha familia.
Entiendo a los que quieren aprovechar estos momentos para hacerle una nueva demostración de rechazo a las FARC por sus fechorías y torpezas. Pero no dediquemos todos los medios a esa propaganda y tampoco obliguemos a nuestros rescatados.
Comencemos a discutir sobre la crisis económica mundial que se nos vino encima, sobre la recuperación del agro, sobre la presencia del estado y la nación en todos los confines de Colombia, en la reforma a los sistemas de salud y pensiones. Como haremos para enfrentar al problema del narcotráfico y a la cultura mafiosa que nos invadió. Esto solo para mencionar algunos temas.
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