El poder es para el pueblo dicen algunos demagogos y los locutores deportivos. Si nos atenemos a los nombres de los candidatos debemos afirmar que ya todo el poder es para el pueblo.
Pero evidentemente el tema no es tan sencillo. La política se ha vuelto uno de los mecanismos más importantes para obtener ascenso social y dinero. El tercer elemento que buscan algunos que ya tienen dinero es el reconocimiento social.
El punto que nos lleva a escribir no es el de la ortografía singular de los nombres, ni la tradición de los apellidos. Es que al absurdo sistema político que nos rige, con eso que llaman “voto preferente” hace que lo único que cuente son los nombres y números de los candidatos. Los partidos y movimientos son tantos que no importan. Y, además, la gente se cambia de partido como quien se cambia de camisa.
Todos estos avisos que inundan las ciudades y los hechos recientes nos llevan a sentir mucha nostalgia de tiempos pasados cuando había que obligar a personas prestantes para que aceptaran ser Alcaldes o Gobernadores.
Los demagogos que cité el principio me podrán criticar por la afirmación anterior, pero los hechos están de mi parte. Lamentablemente estos nuevos personajes no han resultado precisamente los mejores y más honestos y eficaces administradores y gobernantes.
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