¿Cómo mantener el optimismo cuando se lee que el presidente de Venezuela dice que las relaciones comerciales de ese país y Colombia se deteriorarán como consecuencia del impasse entre los dos presidentes?
Y pensar que yo creía que vivíamos en el siglo XXI. Resulta que no, vivimos en el siglo VI y las disputas de los soberanos afectan a toda las población de los dos países.
Varias veces en mi vida me he encontrado a personas que, de la noche a la mañana, pasan de ser grandes amigos a convertirse en feroces enemigos. Y el motivo no importa, puede ser grave o tonto, pero la furia y la pasión destructiva invaden todo.
No importa que la gente quede desabastecida un tiempo. No importa que dejemos de hacer un negocio. Lo que interesa es dañar al otro y alimentar el odio.
No es fácil responder a las actitudes de ese ex amigo porque lo más probable es que nuestra personalidad sea diferente y no veamos o sintamos ese furor destructivo. Y hacer las paces tampoco parece factible en estos casos. Lo mejor será hacer, sin alharacas, lo mismo que hacen ellos. Buscar nuevos mercados, amigos y negocios.
Lo que escribo en menos de una línea no es fácil de llevar a cabo. Colombia tiene que adoptar, cuanto antes, una estrategia para evitar una crisis. ¿Qué tal pensar que nuestro mercado interno absorba la producción de esos alimentos que por las vías legales o ilegales se van para Venezuela? Por primera vez, en años, podríamos volver a estimular el consumo de nuestros pobres.
Si las raíces comunes son profundas, como lo son las que existen entre Colombia y Venezuela, con el paso del tiempo las cosas volverán a un cauce similar, nunca igual al anterior.
De pronto el furor del Presidente Chávez no puede ayudar a encontrar nuevos mercados en otros lados del mundo y a estimular las condiciones de consumo de alimentos de los colombianos pobres. Y esto puede servir para abonar el gran acuerdo de los colombianos.
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