Siempre critiqué a esas personas que proponían, casi siempre sin pensar en el dinero, proyectos de gran tamaño. Creo que ahora me toca el turno de hacer lo mismo.
Colombia tiene una extensión de algo más de un millón cien mil kilómetros cuadrados pero solamente la mitad del territorio está ocupado. La otra mitad de selvas y llanos apenas está habitada.
No es fácil ni quizás conveniente llenar esos territorios de gente. Pero la nación y el estado colombiano tienen que apropiarse de esas tierras y aprovechar sus muchas o pocas oportunidades.
Desde hace meses estoy pensando en la necesidad de crear y fortalecer los asentamientos urbanos de nuestro extremo oriental. Allá donde las FARC tienen a nuestros secuestrados y que ha sido el imperio de la coca.
En épocas del Presidente Belisario Betancur se habló de crear una ciudad en el departamento del Vichada. Se iba a llamar Marandúa. Desde hace mucho tiempo no volví a escuchar a nadie sobre eso y presumo no se hizo nada.
En los escenarios de competitividad que diseñan profesores de administración de empresas y construyen los empresarios siempre se analizan proyectos de plataforma para mejorar los caminos entre las empresas y los puertos y muchos otros factores enfocados a mejorar las condiciones de las empresas. No pretendo discutir eso, pero en Colombia esos criterios son insuficientes.
Si Colombia no ejerce dominio pleno de todo su territorio nunca podremos librarnos de las fechorías de bandoleros de izquierda o derecha. Quizás si el mundo descubre que es más grato y excitante practicar deporte que consumir drogas, podríamos seguir igual que ahora y no preocuparnos por esos remotos parajes.
Mi propuesta es que Colombia declare como prioridad el desarrollo de la zona oriental y sur oriental del territorio. Eso implica hacer muchas obras de infraestructura como carreteras, puertos fluviales, oleoductos, distritos de riego, ferrocarriles, aeropuertos etc. y también la decisión de establecer grandes centros educativos de todos los niveles y modalidades, hospitales, oficinas de gobierno con poder de decisión. En síntesis, hacer atractivo que los colombianos inviertan y vivan allá.
En 1960 lo que hoy es el departamento del Cesar era una región casi deshabitada, una especie de vacío selvático entre la costa atlántica y la zona andina, eso que en Colombia llamamos el interior. Cuarenta años después esa región es distinta pero el desarrollo ha sido imperfecto, lento y desigual.
Hace mucho menos tiempo el piedemonte de los llanos orientales tenía muy poca productividad. Eso también ha cambiado.
En el desarrollo del oriente debe haber una participación mucho más agresiva del estado para evitar desafueros, para preservar el medio ambiente, para estimular actividades de incierta rentabilidad a corto plazo. Aquellas tierras son distintas a las que he mencionado antes y quizás sea más complicado hacerlas productivas. Necesitamos empresarios que inviertan pero necesitamos mucho más a los pequeños y medianos propietarios que le den sostenibilidad de largo plazo.
Cuando estaba en esas cavilaciones me encontré con la noticia sobre el uso del predio llamado Carimagua en la región geográfica que nos ocupa. Y creo que es un ejemplo perfecto. Si seguimos mirando todo con ojos micro la discusión planteada será muy difícil de resolver porque para el Ministro de Agricultura esas tierras solo sirven para alguien que tenga recursos y aplique economías de escala y para los demás, entre quienes me incluía, sería una decisión políticamente muy inconveniente porque haría explícito, una vez más, el escaso interés del gobierno por los desplazados y por las necesidades del ciudadano común.
Pero si uno pone el tema en una perspectiva más amplia sería factible encontrar soluciones razonables.
Es claro que la agricultura en esa zona llamada la altillanura no es fácil y requiere de inversiones importantes. El gobierno parece que no quiere o no puede hacerlas y prefiere que esas inversiones las hagan los particulares. Las razones son respetables porque el estado colombiano ha sido un desastre como inversionista y promotor. Y porque, salvo escasas excepciones, quien está motivado por la rentabilidad es mucho más productivo.
Pero el caso de Colombia es un poco distinto a digamos el de Brasil. En esa zona necesitamos con urgencia un grupo numeroso de colombianos propietarios de la tierra o trabajadores en servicios y comercio que impulsen el desarrollo. Definitivamente no creo que una región tenga un progreso importante si en su entorno existen unos pocos enclaves en manos de inversionistas de otros lados.
Necesitamos agricultores y ganaderos que compren sus insumos allá. Que manden a sus hijos a estudiar en los colegios y universidades de esa región. Empresarios que vivan bien allá, que estén motivados por hacer que su territorio sea cada vez mejor.
Como combinar la acción del estado, de los colonos y desplazados, de los inversionistas es la verdadera tarea que nos impone el presente. Si lo logramos Colombia será un país muy importante en el medianos plazo y esas viejas discusiones entre antioqueños y bogotanos quedarán muy atrás.
Las montañas en que nacimos pueden tener un buen clima pero no son capaces de soportar a toda la nación. Y los hechos actuales lo demuestran. Vaya usted amable lector a Nueva York o a Madrid y allí se encontrará con muchos compatriotas que tuvieron que irse en búsqueda de oportunidades.
Es muy probable que en el siglo XXII la nueva capital de Colombia sea, por ejemplo, San José del Guaviare. Esto no quiere decir que nuestra querida Bogotá no siga siendo una ciudad importante. Pero si hacemos bien la tarea el nuevo futuro de Colombia tendrá que pasar por la gran región oriental.
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