Confieso que estoy aburrido con la publicidad. Y como la repiten hasta el cansancio dan ganas de vivir en un “GULAG” de los tiempos de Stalin en donde había muy pocas emisoras de radio y casi ninguna televisión. Y no existía la publicidad.
Antes los comerciales eran musicales, ahora los “creativos” se sienten dramaturgos y cada cuña es la representación de algo. Gracias a ellas ahora odio a los porteros que prestan dinero.
A veces se encuentran mensajes interesantes pero al poco tiempo la intensa repetición daña todo el trabajo de sus creadores.
Pero los expertos dicen que hay que insistir, repetir y repetir para que la gente se quede con algo.
Dejé de escuchar una cadena nacional porque en su emisión local presentaban dos cuñas que me resultaban muy odiosas: la primera con la voz de un niño que decía cuidado papi antes del sonido de un estrellón. Y la segunda, menos repelente, la de una empresa de vigilancia que anunciaba su arribo a la ciudad con la original palabra de Llegamos.
Queda el refugio en las irregulares emisoras culturales locales. Pero han decido pasar por las tardes la música que en la década de los setenta tocaban en el sonido ambiental de los escasos supermercados que existían en una ciudad de provincia como ésta.
Escribo esto a la espera del próximo escándalo que nos traerá la parapolítica colombiana. En alguna parte leí que la revista Semana nos tenía más noticias sobre las grabaciones.
sábado, mayo 19, 2007
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