Desde hace mucho tiempo había querido escribir sobre el sistema electoral y sobre el ente público encargado de la identificación de los colombianos y de la organización de las elecciones.
El tema hay que analizarlo por partes para entenderlo mejor.
Primero hay que decir que Colombia es de los pocos países de América que viene realizando elecciones de manera casi ininterrumpida desde el siglo XIX y tiene dos partidos políticos que se mantienen desde esa misma época. Esto puede ser muy criticado pero es, en mi opinión, un valor importante y no se puede alegremente despreciar.
Lo que podría sorprender es que con esa tradición, de la cual hacemos alarde, no nos hayamos preocupado por desarrollar un proceso electoral moderno y eficiente.
Colombia contrató un nuevo sistema de identificación que se ha venido implementando en los últimos años y por algunas deficiencias no estuvo listo al finalizar el año 2009. Padecimos las demoras de la Registraduría en entregar el nuevo documento de identificación y algunas personas se quedaron sin reclamar su nueva cédula de identidad.
Hicimos una gran inversión pero no edificamos nada sobre ella. Se entendía que a partir de ese nuevo documento se podrían mejorar los sistemas electorales y muchos otros como el de salud. Pero nada, o muy poco, se ha hecho.
El sistema electoral colombiano ha venido funcionando de manera muy precaria en los últimos años y la nación ha hecho muy poco por mejorarlo. Cada cuatro años o cuando fuera necesario se hacían elecciones y hasta la vez pasada los resultados se conocían de manera muy rápida gracias a los eficientes servicios de una empresa de sistemas de Bucaramanga. Muchos asuntos se postergan en Colombia, menos una elección.
Lo grave era que todo el país sabía que desde hace un tiempo los paramilitares decidieron hacer una alianza con algunos políticos para tomarse el Congreso, Alcaldías y Gobernaciones. Al cabo de tres años uno se enteraba que el Honorable Consejo de Estado tomaba unas decisiones anulando la elección de algunos congresistas por diversas causas. Y todo el mundo tranquilo, nadie criticaba esa demora.
Además de esa alianza existían unos políticos antiguos que desde siempre han comprado votos y se han financiado con los recursos corruptos de los contratistas del estado.
En pocas palabras, se hacían elecciones con resultados rápidos pero torcidos por la presencia de personas, grupos y partidos corrompidos.
Para qué entonces destinar sumas importantes para conseguir máquinas capta huellas y sistemas de votación electrónica. Eso no favorecía a nadie y el sistema se podía sostener un tiempo más con todas las deficiencias.
Los intentos para reformar y reglamentar los partidos políticos buscaban hacer algo que es muy típico de este país. Reformar todo para no cambiar nada. Los partidos colombianos son una especie de franquicia a la cual pueden acceder algunas personas para adelantar sus campañas. El partido no apoya en nada al candidato y solamente exige muy pocas cosas a cambio. Para que este sistema funcione se inventaron toda una metodología de umbrales, cifras repartidores y lo más importante, el voto preferente. El elector puede escoger uno de los cien candidatos al Senado que tiene cada partido. Y lo mismo con la cámara y otras corporaciones. Imaginen la complicación para poder hacer unos tarjetones que se pudieran entender. Pero eso no importaba porque en Colombia el ciudadano no interesa.
Todos jugaron a mantener el andamiaje existente. Pero falló como era previsible que fallara. Y la gente ha comenzado a mostrar muchos casos de corrupción. Como siempre ocurre en los procesos terminales ya muchos se han descarado demasiado en sus prácticas corruptas. Esa aparente compostura de honorabilidad se he perdido casi completamente.
Poco a poco algunos narcos comienzan a hablar y el número de congresistas detenidos aumenta. Pero aún la gran mayoría comprometida con la corrupción pasa de agache con la esperanza de nunca ser sorprendida.
Y así jugamos en la elección pasada. Dinero a montones, con el concurso de parientes que prestan el nombre para ser elegidos, apoyados con hermanos, padres, esposas que son Alcaldes, gobernadores o directores de entes públicos. La muy permisiva legislación colombiana y el débil Consejo Electoral lo permitieron inicialmente.
La democracia es muy importante, mucho más de lo que creen muchos. Esa democracia se expresa mejor en la escogencia del poder legislativo. No tiene sentido seguir apostándole a un presidente fuerte que maneje un congreso lleno de simpáticos iletrados con mucha plata y ambición.
Desde hace mucho tiempo lo que viene pasando es grave. No es solamente el problema de esta semana.
Depuremos con energía y sin temor. Y hagamos una verdadera legislación para reformar el sistema electoral y los partidos políticos. Colombia, con toda su tradición, se lo merece.