lunes, abril 09, 2007

Letras

Se ha escrito que en Colombia hay más territorio que estado. Y no hay necesidad de ir al Chocó para darse cuenta de esa realidad.
Todos los días leo expresiones acerca de regiones o poblaciones “olvidadas por el estado”. Y escucho a personas que de manera airada demandan la intervención del estado para solucionar sus carencias.
Esas regiones olvidadas y personas furiosas han elegido sus representantes a los órganos de dirección del estado ya sea por convicción o a cambio de unos pocos pesos.
Nos quejamos por la falta de estado cuando estamos en estado de necesidad, pero todos los días hacemos cosas contra el estado o para desvirtuar sus fundamentos.
Y es que el estado colombiano propicia la rebeldía. A veces es absurdamente intervencionista y en otras está ausente. Somos celosísimos con revisar las etiquetas de los equipajes en los aeropuertos y terminales, estamos muy pendientes de inspeccionar el cumplimiento de los “picos y placas”, pero dejamos pasar muchas cosas, casi todas.
Para mencionar solamente algunos, nos gusta tomar el bus en cualquier parte, colocar avisos donde se nos antoja, detenernos a conversar en la mitad de una vía, sobornar a un policía, conducir borrachos en motocicleta etc. . Y por supuesto, no nos gusta pagar impuestos ya sea por evasión o porque los legisladores decidieron que solamente se cobran impuestos de renta a partir de cierto monto de ingresos anuales.
Esos que gritan frente al camarógrafo de televisión generalmente no pagan impuestos. Son pobres me dirán y yo respondo que sí y gracias a su actitud frente a la vida es muy probable que lo sigan siendo.
Este es un tema tabú en Colombia porque los políticos prefieren hacer promesas y otorgar subsidios en lugar de mejorar los sistemas para generar empleo en la población. Se proclaman defensores de los pobres pero lo que defienden son sus votos.
Desde la Colonia soñamos con un estado que no se meta en lo que nos interesa pero que nos socorra cuando lo necesitemos. Y otros creen que el estado es algo lejano que no nos pertenece pero que también nos tiene que dar cosas para saciar las escasas apetencias.
Es que los colombianos creemos todavía que al estado colombiano lo manejan unos pocos privilegiados. Creemos que no hacemos parte del estado y nos olvidamos del inmenso poder que nos ha dado la constitución.
La izquierda se preocupa de alimentar este sentimiento porque eso justifica a las guerrillas. Y aunque en los últimos tiempos dicen rechazar el camino de las armas para llegar al poder, con sus discursos dan a entender la no viabilidad de este sistema.
Como si los representantes de las izquierdas no hubieran tenido desde hace bastante tiempo una parte importante del poder público.
A comienzos de la década anterior la nación contemplaba como el narcotráfico y la guerrilla estaban acabando al país. Y una de nuestras respuestas fue la de fomentar la autodefensa de los ciudadanos. De una u otra manera, en lugar de calmar el fuego lo avivamos.
Y a unos ciudadanos dolidos, humillados y sin convicciones les dimos armas y poder para enfrentarse a la guerrilla. Al poco tiempo se dieron cuenta de la necesidad de mayores recursos e hicieron alianzas con los narcotraficantes que ya tenían sus propias estructuras de defensa. Y con la historia de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” muchas personas hicieron causa común con unos maleantes tan malos como los que se perseguían.
Al cabo de los años entendimos que solamente el estado tenía el poder de la Justicia. Pero el daño ya estaba hecho.
Colombia tiene que castigar a quienes desde una u otra orilla han cometido tremendas atrocidades y se han robado los fondos públicos.
Y eso no se hace desde una perspectiva totalitaria. Solamente con un democracia y como consecuencia de un nuevo pacto. Y no me refiero a los pactos de Ralito o de San Rafael de Lebrija. Se trata de ponernos de acuerdo con un modelo de país para salir adelante.
Y ese pacto debe conllevar la decisión individual de cambiar y de entender que el progreso no es individual sino colectivo.

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